Un día, el hombre tuvo un hijo. Era un niño hermoso y el padre estaba muy orgulloso. Ahora el hombre viajaba en metro con su hermoso niño en brazos, aún así, sus fuertes brazos le permitían cargar al bebé con un brazo y abrir las puertas (a pesar de ser automáticas) con el otro. Su vida transcurría normalmente.
Otro día, el hombre llegó a Indios Verdes con su hijo en brazos y como de costumbre, cuando el metro llegó a la estación, trato de abrir las puertas (a pesar de ser automáticas) con un brazo, pero atascadas, las puertas no cedían, descompuestas por las muchas veces que habían sido abiertas con brusquedad (a pesar de ser automáticas). Como el hombre era fuerte y perseverante, insistió en abrir las puertas. Estas cedieron, pero sólo un poco, el hombre entonces, generosamente para que entraran todos, se colocó en medio de las puertas para abrirlas por completo con un solo brazo. Las puertas (que eran automáticas), se cerraron con fuerza cercenando la cabeza del hermoso bebé. El hombre dentro del vagón con el cuerpo de su bebé en brazos gritó de dolor. Las puertas (que eran automáticas), estaban cerradas y manchadas de sangre. La gente en el andén horrorizada con la cabeza del bebé, lloraba y pedía auxilio. ¿Por qué?, gritaba el padre. ¡Por wey!, le contestó un hombre de aspecto miserable que se encontraba dentro del vagón. Los espíritus del metro se han vengado, pues las puertas que abres con tan burda obstinación, son automáticas y no necesitan de tu ayuda.
Moraleja: No abras las puertas del metro con brusquedad, son automáticas.
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Foto de Oscararzola |
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