martes, 9 de noviembre de 2010

¡Guaf guaf!

Iba yo corriendo por la calle, era una mañana muy bonita. Corriendo por la acera. El dulce olor que salía de la panadería, los brillantes colores en la florería, los sonidos de la tienda de música, todo se veía estupendo. En mis manos llevaba un gran paquete, una bolsa gigantesca. Todos volteaban a verme, y es que iba corriendo muy rápido.
Seguí corriendo cuando de pronto, vi a una dulce abuelita cruzando la calle con su diminuto perro por delante. Me detuve a tiempo para no golpearla, pero trastabille y caí. Mi paquete salió volando, la bolsa se abrió y todo su contenido se vacío en la acera. Ideas; mi paquete estaba lleno de ideas. Un extraño cortejo salió de la bolsa y comenzó a desfilar por la calle: soldados, soldaditos de juguete, elefantes, bailarinas, gatos, pajarillos de muchos colores, violinistas, mimos, unicornios, changuitos con sombrero; mis sueños, comenzaron a inundar la calle. El perro de la abuelita comenzó a ladrar como loco, ¡guaf guaf!, y el cortejo continuaba: autos de carreras, astronautas, vaqueros, vacas, sombreros con patas, nubes de azúcar. Rapidamente me acerque a la bolsa y de ella saqué una gran jaula de oro, una jaula gigante, la abrí y comencé a meter ahí todas las ideas que se habían salido de la jaula.  De mi bolsillo saqué un cordel para amarrar la bolsa. Como mi bolsa aún seguía lo suficientemente llena, sin más, seguí corriendo. La gente se detenía, asombrada, a ver todo lo que se había quedado en la jaula.
Al llegar a la esquina me detuve y voltee para ver la cara de la gente frente a la jaula, una sonrisa se me dibujo en la cara, todos parecían divertirse mucho con el pequeño espectáculo. Di la vuelta  y seguí corriendo sin atreverme a decirles la verdad, sin atreverme a decirles que la jaula, estaba vacía.

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