En la oscuridad, estoy acostado, mi cama es calientita, no quiero levantarme. A tientas busco mis lentes, mi cuerpo no tiene fuerzas. Los encuentro y abro los ojos, no quiero levantarme. Me siento en la cama pero mi cuerpo no tiene fuerzas y vuelvo a caer en la almohada.
Con un movimiento, fuerzas salidas de quién sabe dónde, con un movimiento mis piernas logran al fin levantarme de la cama. Suena el despertador, qué molesto, no quería levantarme. Lo apago y abro las cortinas, la luz me ciega por un momento, ¿cómo es que puede ser tan tarde? Miro el reloj y me doy cuenta de que se me olvidó cambiar el despertador; hoy es lunes, no domingo.
Cruzo el pasillo descalzo y entro al baño. Me miro al espejo, me quito los lentes y me echo agua en la cara, me tallo los ojos y abro la regadera. El agua no está precisamente caliente, no como mi cama, pero no hay tiempo, es tarde. No quiero ir a trabajar. Me pongo un traje raído y desayuno lo primero que encuentro; cereal, o lo que queda en la caja, ya tampoco hay mucha leche, habrá que comprar más.
Me dirijo a la parada del bus, hay mucha gente, es tarde. Todavía no quiero ir a trabajar. Pasa un camión pero está muy lleno y no alcanzo a subirme, me subo al que sigue, no está menos lleno, voy colgado de una puerta. No quería levantarme. No quiero ir a trabajar.
Me bajo del camión y camino por la calle. Hay un gran anuncio de comida para gato, el gato es hermoso, elegante, delicado, sus ojos son tan... me doy cuenta, por eso no quiero ir al trabajo; no quiero verte. Tú eres como el gato, hermosa, elegante, delicada, perfecta. No quiero ir a trabajar.
Al llegar a la oficina te veo, perfecta, como siempre. No tenía ganas de verte, no quería venir. Me sonríes, no sé porque; me siento en mi escritorio, tú te me acercas sensual, perfecta, sonriente, como siempre. Te inclinas y mi mirada libra tu escote, tus ojos brillan. Ya les dije a mis papás que nos vamos a casar, me dices con esa sonrisa tuya. No quería venir a trabajar.
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