Las escaleras crujían bajo sus pies, podía sentir la oscuridad a su alrededor y veía, al final de la escalera, como una haz de luz salía de la puerta entreabierta. Llegó a la puerta y se detuvo, temeroso de lo que encontraría al otro lado, la perilla estaba fría como hielo, abrió la puerta con la mano temblorosa y la luz de la habitación cayó sobre su rostro cegándolo por un momento. Ella estaba recostada sobre el sofá leyendo un pesado libro, era hermosa, y de hecho, todo a su alrededor hacía juego; de las paredes brotaban rosas rosas que despedían un encantador olor, había pequeñas aves jugueteando por los libreros, en una de las mesas había platos llenos de jugosas frutas, pequeñas burbujas perfumadas acompañaban el aire, nada era saturado ni empalagoso, sólo bello. La habitación era capaz de capturar los pensamientos y convertirlos en imágenes que resultaban muy reales. Cuando él entró la habitación cambió de inmediato, las rosas se volvieron rojas, las uvas se volvieron vino y las avecillas se definieron en colibríes que revoloteaban por doquier. Dos mentes en la habitación. No había pensamiento que pasara inadvertido, estaban como desnudos uno frente al otro.
Él se acercó y cuando sus ojos se encontraron la habitación volvió a cambiar, las rosas moradas y colibríes pequeños gatitos, ella estaba sonrojada, él también. Se acercó aún más, gatitos en ardillas, aún más, ardillas en conejos, las rosas en rosas de cristal. Cuando estuvieron uno frente al otro él se arrodilló para quedar a su altura, tocó su mano y de la nada comenzó a sonar una suave música. Mientras bailaban todo a su alrededor bailaba con ellos, conejos en cachorros, en mirlos, en golondrinas; la luz era tenue, velas flotando a su alrededor. La música y el baile continuaban y él no se daba cuenta, las golondrinas en petirrojos, ella tomó una rosa de la mesa, las rosas de cristal en lirios, bailaban, y la rosa de su mano se transformó en una delgada navaja, los lirios en crisantemos. Cuando la navaja se hubo insertado en su pecho la música se detuvo, crisantemos y petirrojos, silencio. La habitación que no se detiene.
La sangre roja del pecho de aquel joven pronto se convirtió en tinta y su cuerpo en un libro grande y pesado, de pasta dura y letras doradas. Ella se inclinó sobre el escritorio y comenzó a escribir otra invitación, las rosas de cristal en rosas rosas, los petirrojos en avecillas que revoloteaban por los libreros llenos de libros; cuando terminó la carta acomodó el primer libro cuidadosamente junto con los otros y tomó el nuevo dispuesta sentarse a leer. Un avecilla tomó la invitación y salió por la ventana. Ella estaba recostada sobre el sofá leyendo un pesado libro, era hermosa, y de hecho, todo a su alrededor hacía juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Y/O deja un comentario:
¿Tú qué opinas?