lunes, 29 de noviembre de 2010

Son automáticas

Había una vez un hombre que vivía en la Ciudad de México. Diario usaba el metro, se subía en Indios Verdes. Cuando el metro llegaba a la estación el hombre acostumbraba abrir las puertas del metro con brusquedad (a pesar de ser automáticas) y se subía con toda tranquilidad para ganar asiento. Como no era el único que lo hacía, no le incomodaba y no perdía la oportunidad de abrir las puertas del metro de manera brusca pero segura (a pesar de ser automáticas) con sus fuertes brazos.
Un día, el hombre tuvo un hijo. Era un niño hermoso y el padre estaba muy orgulloso. Ahora el hombre viajaba en metro con su hermoso niño en brazos, aún así, sus fuertes brazos le permitían cargar al bebé con un brazo y abrir las puertas (a pesar de ser automáticas) con el otro. Su vida transcurría normalmente.
Otro día, el hombre llegó a Indios Verdes con su hijo en brazos y como de costumbre, cuando el metro llegó a la estación, trato de abrir las puertas (a pesar de ser automáticas) con un brazo, pero atascadas, las puertas no cedían, descompuestas por las muchas veces que habían sido abiertas con brusquedad (a pesar de ser automáticas). Como el hombre era fuerte y perseverante, insistió en abrir las puertas. Estas cedieron, pero sólo un poco, el hombre entonces, generosamente para que entraran todos, se colocó en medio de las puertas para abrirlas por completo con un solo brazo. Las puertas (que eran automáticas), se cerraron con fuerza cercenando la cabeza del hermoso bebé. El hombre dentro del vagón con el cuerpo de su bebé en brazos gritó de dolor. Las puertas (que eran automáticas), estaban cerradas y manchadas de sangre. La gente en el andén horrorizada con la cabeza del bebé, lloraba y pedía auxilio. ¿Por qué?, gritaba el padre. ¡Por wey!, le contestó un hombre de aspecto miserable que se encontraba dentro del vagón. Los espíritus del metro se han vengado, pues las puertas que abres con tan burda obstinación, son automáticas y no necesitan de tu ayuda.

Moraleja: No abras las puertas del metro con brusquedad, son automáticas.


Foto de Oscararzola


Sólo un muchacho

Bishop
Personajes:

S: Hombre joven
K: Hombre maduro

Escena cualquiera:

Habitación bien arreglada, es de noche.

S: Lo dejaste morir.
K: Yo estaba en la habitación de a lado, limpiando mis piezas de ajedrez.
S: Lo escuchaste todo.
K: Casi no oí nada, ruidos difusos.
S: Lo dejaste solo, no hiciste nada.
K: No podía hacer nada. Yo estaba allí, tú no.
S: Eres un traidor.
K: Eres sólo un muchacho.
S: Soy un hombre.
K: Eres una mierda.
S: Antes no decías eso.
K: Sabes a lo que me refiero.

Pausa

S: ¿Por qué no hiciste nada?
K: No podía hacer nada. Yo estaba la habitación de a lado limpiando mis piezas de ajedrez.
S: Hablas como un libro.
K: Lo sé, como una novela. Mal escrita.

Pausa

S: ¿Y ahora que pasará?
K: Eres sólo un muchacho.
S: Antes no decías eso. (Se quita la camisa) ¿Te acuerdas ahora?
K: No eres más que un muchacho.
S: No decías eso cuando estaba en tu cama.
K: Yo no te metí. Eras sólo un muchacho pidiendo ayuda y yo extendí la mano.
S: Lo dejaste morir.
K: Eres sólo un muchacho.
S: ¿Sabes a qué he venido?
K: Si vienes a matarme no me opondré.
S: Lo sé.
K: (Le da la espalda) Yo estaba en la habitación de a lado, limpiando mis piezas de ajedrez.
S: Pero antes quiero pedirte algo.
K: ¿Qué? (Voltea)
S: Hazme el amor.
K: Sabes que no me opondré.
S: Como antes.
K: Si has venido a matarme, no me opondré.
S: ¿Por qué lo dejaste morir?
K: Eres sólo un muchacho.
S: Hazme el amor.
K: Un muchacho apuesto.
S: Como antes.
K: No lo entenderías.
S: (Lo besa mientras saca un arma, el beso es dulce y duradero)
K: Te amo.
S: Yo también te amo. (Dispara y rompe a llorar)

Oscuro

domingo, 28 de noviembre de 2010

Exacto

Caminando por el desierto me encuentro solo y frustrado. Me siento en la arena, miro hacía arriba y veo el sol brillando en lo alto. Hola, le digo, ¡Hola sol! No me responde, es callado. A mi lado pasa un alacrán, es lindo. ¿Qué haces aquí?, me pregunta y sigue caminando, se aleja repitiendo: ¿Qué haces aquí?, ¿qué haces aquí?, ¿qué haces aquí?, ¿qué haces aquí?... me levanto y sigo en dirección contraria al alacrán.
Miro mi reloj y las manecillas comienzan a avanzar desesperadamente hasta que da la media noche. Miro hacia arriba y el sol se ha ido, ahora la luna lo mira todo desde arriba. ¡Hola luna! Tampoco contesta. Enfrente de mi, salido de la tierra, un cactus me mira. ¡No hay tiempo!, ¡no hay tiempo!, ¡no hay tiempo!, ¡no hay tiempo!, ¡no hay tiempo!, ¡no hay tiempo! repite sin cesar mientras se marchita y vuelve al hoyo de donde salió. Sigo caminando.
Llego a un oasis, miro mi reflejo en el agua. ¡Hola reflejo!, Hola, me contesta. Hay un pececito en el agua, ¿A dónde?, me pregunta. No sé, le contesto, "¿A dónde?, ¿a dónde?, ¿a dónde?, ¿a dónde?, ¿a dónde?, sigue diciendo. Sigo caminando.
Me encuentro un coyote, es lindo. Sin fin, aúlla, sin fin, aúlla, sin fin, aúlla. Hola, le digo. Sin fin, aúlla. Sigo caminando. Desde el suelo una serpiente me mira. Hola, le digo. Hola, me responde. Sigue hablando: ¿Te acuerdas de mí?, me pregunta. Sí, ¿qué haces aquí?, le respondo. Vine por ti, me dice, ¿Sabes por qué?
No hay tiempo, le respondo. Exacto, dice con una sonrisa de serpiente. Acompáñame, me dice. ¿A dónde?, le respondo. A un lugar... Sin fin, completo. Exacto, me dice.

sábado, 27 de noviembre de 2010

¡Oh sorpresa!

Tomo mi portafolios para salir al trabajo y, oh sorpresa, la puerta no abre. Trato de salir por la puerta de la cocina y nada. Temiendo verme muy ridículo trato de salir por la ventana de la sala, pero está cerrada y se niega a abrir. ¡Claro!, las llaves están el mueblecito del pasillo. Inserto la lleve en la puerta y no gira. Estoy, extrañamente, encerrado en mi propia casa.

Mi teléfono no tiene señal, tampoco hay línea. Trato de romper una ventana con una silla y nada, la silla de madera se rompe. Parece una locura. Subo las escaleras para prender la computadora, mando un correo a la oficina y ya está; pues no, la compu no prende. Me asomo por la ventana y no hay nadie en la calle que me vea. En el mueble de mi cuarto, la pistola de mi abuelo, disparo contra la ventana, ¡me lleva!, no dispara, la reviso, está cargada, no dispara.

Los cristales no se rompen, las puertas no se abren, la pistola no dispara. Atrapado como un perro. Y en mi propia casa.

Después de pasarme horas impaciente frente a la ventana que ni se abre ni se rompe, me resigno, nadie pasa. Se está haciendo tarde y las luces no se prenden, las puertas siguen cerradas, hasta la del refri.
En la oscuridad de la sala, no entiendo lo que pasa. Parece... ¡un sueño! Toco mi brazo y me doy un fuerte pellizco, con un sobresalto aparezco en mi cama. ¡Uf!, todo fue un sueño.

Trato de levantarme de mi cama y, oh sorpresa, no puedo.

¿Dónde está?

En la mañana lo estuve buscando debajo de la cama. Reviso cajón por cajón. Voy a la alacena y reviso todos los frascos. En el refri, en el congelador. En la caja de música de mi abuela. Dentro de mis zapatos, en mis nuevas botas de piel. En mi colección de bolsos, en los bolsillo de mis pantalones. En el estuche de maquillaje. En la cajetilla de cigarros. Otra vez en la alacena, en todos los topers. En los orificios de las donas, en las cajas de cereal. En as rendijas de las puertas. En la tina, en la taza y en el botiquín del baño. En la bolsa de la aspiradora, en el bote de la basura. En la botella vacía de leche, en los cascarones de huevo, en los orificios del queso. En mi baúl. En las carpetas y folders, entre las hojas. En la lonchera, en el termo del café, en mi mochila del gimnasio. En el microondas, en la sandwichera. En las cajas de discos. Debajo de la alfombra, detrás de los cuadros. En el librero. Entre las sábanas, debajo de la almohada. En las chamarras y abrigos. En las botellas vacías de vino. En el diccionario, en la enciclopedia, busco en internet. En las cajas de clips, en las cajas de grapas. En los posticks. En mi diario. Busco, busco, busco. En el periódico de ayer, en el de hoy. En las botellas de refresco. En las bolsas del super. En los sombreros. En las cajas de chocolates, entre los pétalos de una rosa. En los cajoncitos de la máquina de coser. En los rincones. En mis medias, en el bote de la ropa sucia. En la lavadora, en la secadora. En el calentador de gas. En las estufa. Debajo del colchón. Busco, busco; busco y no encuentro a dónde carajos se ha dio todo este tiempo a tu lado.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Alfred? No, Alfredo

—And then?                                     — No sé gringo, no sé.

Estaban atrapados en medio de la nada. Encadenados espalda con espalda. Atrapados.

—Do you know where we are?         —No sé ni quién eres tú.
—I'm afraid.                                      —No te me achicopales gringo, todo
                                                             saldrá bien.


El sol en lo más alto, sentados en la arena. Atrapados.

—I think it's a desert.                         —¿Te acuerdas de algo?
—No, and you?                                   —Nop.
—Crap!                                                —Exacto.

Sin salida, encadenados, en el desierto. El sol en lo alto. Atrapados.

—What do you see?                            —Arena, el cielo azul, arena,
                                                                mis pies, arena.

—Anything else?                                 —Arena. ¿Tú qué ves?
—Sand, blue sky, my feet, sand.         —No somos tan diferentes
                                                                después de todo.
—Can you stand up?                           —No sé. ¿Quieres que lo
                                                                intentemos?


Trabajando en equipo logran ponerse de pie. Encadenados de los brazos, espalda con espalda, siguen en el desierto. Atrapados.

—What's your name?                          —Alfredo.
—Alfred?                                               —No, Alfredo.
—Where do we go now?                      —¿A dónde quieres ir?
—I don't even know.                            —¿Tú cómo te llamas?
—Phill.                                                   —Mucho gusto.

Comienzan a caminar, Alfredo por delante. Sudando, caminando en el desierto. Atrapados

—We're going nowhere, right?            —Pues es que parece que no
                                                                 hay a dónde ir.
—Dou you have a cellphone?              —Sí, en mi pantalón, pero pues
                                                                 no lo alcanzo.
—Ok, keep walking.                             —¿A dónde?
—Just keep walking.                            —Pues bueno.
—Wait, do you hear that?                    —Ha de ser el viento.
—I guess you're right.                          —Sip.

Caminando hacia la nada. En el desierto. Alfredo y Phill. Atrapados.

—I'm tired.                                            —Si nos agarra la noche nos
                                                                  vamos a congelar gringo,
                                                                  camínale.
—I said, I'm tired.                                 —Sí, ya te oí.
—Do you have some water?                 —Tenemos los brazos
                                                                   encadenados.
—Guess that means no.                         —You guess right.
—Raios!                                                  —¿Todavía no te acuerdas de
                                                                    nada?
—No, I can't remember, my mind feels like empty.      —Mi estómago
                                                                                         se siente vacío.
                                                                                         Me ruge la tripa.
—Do you want some taco?                    —Eso mero.

The sun is up. Walking nowhere. In the desert. Going nowhere. Trapped.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Una extraña figura

Su cuerpo se estremeció. La noche era fría, el viento azotaba y su capa ondeaba en la oscuridad. La noche fría, donde todo puede pasar.
Un ruido rompió la quietud, algo se movía tras él; sus dedos recorrieron la ballesta que colgaba de su cintura. Volteó rápidamente y miró con dificultad en la oscuridad. Nada, solo el vacío frente a él y el viento que hacía moverse las hojas de los árboles. Otro ruido, ahí había algo, aunque él no pudiera verlo estaba seguro de que había algo.
—Se que estás ahí —le dijo a la nada, y de la nada salieron unos ojos amarillos, un par de de ojos grandes y amarillos que le devolvían la mirada.
Detrás de los árboles pareció una silueta. La criatura salió de su escondite dejando al descubierto su cuerpo que se erguía alto, alto como un hombre, un hombre alto que vestía un traje negro, tan negro como la noche a su alrededor. Bajo sus mancuernillas de oro asomaban garras delgadas y afiladas. Dio un paso y sus alas como de murciélago, se extendieron con fuerza haciendo un ruido sordo.
El hombre tomó la ballesta y apuntó a la criatura que sonriente, dejaba entre ver sus colmillos.
—No te temo, ¿Qué quieres? —preguntó el hombre.
—Tú alma. —contestó con frialdad la criatura.
—Perdona, yo ya no tengo alma.
—Eso es lo que tú quieres creer.
La ballesta calló al césped. La noche, era fría.

martes, 16 de noviembre de 2010

Una extraña figura

Ok, este mini fragmento lo escribí cuando estaba en la secundaria, está muy extraño y aún así me hizo sonreír, nada más para que se den una idea de que mi mente ya estaba retorcida desde hace mucho. No me acordaba que existía, pero pues ahí va:

Su cuerpo, se estremeció bajo la fría noche, el viento azotaba sobre su cuerpo y su capa ondeaba en la oscuridad.
Escuchó el ruido de algo que se movía tras él y se volteó rápidamente. Miró con dificultad en la oscuridad la silueta que se movía tras los árboles y noto como una par de ojos, grandes y amarillos, le devolvían la mirada.
La criatura salió de su escondite, dejando al descubierto su extraña figura: un hombre alto y vestido de traje, de sus manos se asomaban filosas garras; dio un paso y sus alas como de murciélago se extendieron con fuerza, al sonreír dejo entre ver sus colmillos.
—¿Qué quieres? —preguntó el hombre.
—Tu alma — contestó con frialdad la criatura.


lunes, 15 de noviembre de 2010

¿Hay alguién ahí?

Es como flotar, cerrar los ojos y dejarse llevar. Otra vez la brisa fresca sobre mi rostro. Las luces, los sonidos de violencia, el humo... Salimos del edificio entre nubes de humo negro, mi pierna duele y sangra y él me lleva en sus brazos. Explosiones por doquier, el edificio se derrumba, la gente grita.
Me pone a salvo en un callejón. Hay disparos, la gente corre, se empuja, huye, se esconde. Me dice que todo estará bien y me abraza, mi pierna sigue sangrando. Yo confío en él, todo estará bien.
Lo soldados pasan corriendo cerca del callejón, tenemos suerte y no se fijan en nosotros. Más explosiones, parece que todo se derrumba, las ratas se arremolinan en el bote de basura que está cerca de nosotros. El bote se cae, esta vez no tenemos tanta suerte, un soldado se fija y entra en le callejón. La gente grita, hay humo por todas partes. Nos mira, su ceño se frunce, grita y nos amenaza con su arma. Él trata de defenderme, el soldado lo golpea en la boca con el mango de su rifle y sigue gritando. De mis ojos brotan lágrimas, la brisa fresca sobre mi rostro. Explosiones, la basura esparcida por el callejón. Él se levanta y trata de pelear con el soldado, el soldado cae, se resbala con la basura. Sonidos de ratas, explosiones, humo negro, la brisa fresca sobre mi rostro. Él patea el soldado en el estómago y le quita el rifle.
Sin más tomó el arma y como por arte de magia su mano dejó de temblar, ya no había miedo en sus ojos, sólo dolor. Un disparo, sólo un disparo más, nadie se da cuenta. Me toma en sus brazos y salimos corriendo. Una vida más ¿sólo una más? En sus brazos, es como flotar, cerrar los ojos y dejarse llevar.

No sé si quiero

En la oscuridad, estoy acostado, mi cama es calientita, no quiero levantarme. A tientas busco mis lentes, mi cuerpo no tiene fuerzas. Los encuentro y abro los ojos, no quiero levantarme. Me siento en la cama pero mi cuerpo no tiene fuerzas y vuelvo a caer en la almohada.
Con un movimiento, fuerzas salidas de quién sabe dónde, con un movimiento mis piernas logran al fin levantarme de la cama. Suena el despertador, qué molesto, no quería levantarme. Lo apago y abro las cortinas, la luz me ciega por un momento, ¿cómo es que puede ser tan tarde? Miro el reloj y me doy cuenta de que se me olvidó cambiar el despertador; hoy es lunes, no domingo.
Cruzo el pasillo descalzo y entro al baño. Me miro al espejo, me quito los lentes y me echo agua en la cara, me tallo los ojos y abro la regadera. El agua no está precisamente caliente, no como mi cama, pero no hay tiempo, es tarde. No quiero ir a trabajar. Me pongo un traje raído y desayuno lo primero que encuentro; cereal, o lo que queda en la caja, ya tampoco hay mucha leche, habrá que comprar más.
Me dirijo a la parada del bus, hay mucha gente, es tarde. Todavía no quiero ir a trabajar. Pasa un camión pero está muy lleno y no alcanzo a subirme, me subo al que sigue, no está menos lleno, voy colgado de una puerta. No quería levantarme. No quiero ir a trabajar.
Me bajo del camión y camino por la calle. Hay un gran anuncio de comida para gato, el gato es hermoso, elegante, delicado, sus ojos son tan... me doy cuenta, por eso no quiero ir al trabajo; no quiero verte. Tú eres como el gato, hermosa, elegante, delicada, perfecta. No quiero ir a trabajar.
Al llegar a la oficina te veo, perfecta, como siempre. No tenía ganas de verte, no quería venir. Me sonríes, no sé porque; me siento en mi escritorio, tú te me acercas sensual, perfecta, sonriente, como siempre. Te inclinas y mi mirada libra tu escote, tus ojos brillan. Ya les dije a mis papás que nos vamos a casar, me dices con esa sonrisa tuya. No quería venir a trabajar.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El metro, cosa de todos los días. (3)

 
DIVISIÓN DEL NORTE

Hay un señor tirado en el andén, se ve medio borracho. Una señora habla con la pared, discute. Además de ellos dos, y yo por supuesto, el andén está vacío.
La señora se me queda viendo y yo, impaciente, ruego porque llegue el metro. Un sonido, un eructo del señor; otro sonido, los pasos de la señora, otro sonido, por fin, el metro.
La puerta queda justito enfrente de mí, y cuando se abre, me subo como rayo. Una chica se baja con el teléfono en la mano, afortunadamente no baja sola. Se cierran las puertas, y aliviado agradezco que no se haya subido la señora. Sustos en el metro, ya van siendo cosa de todos los días. La gente se me queda viendo porque todavía estoy un poquito agitado por el susto que me metieron la señora y el borracho. Sonrío y ahogo como que no pasa nada, ya no pasa nada. Nada, nada de nada; el metro se quedó parado. Respiro, no pasa nada, el metro ya sigue avanzando. En Zapata se sube un señor muy bien arreglado, con gorrita y bastón; me gusta su atuendo.
  
ZAPATA
Me subo  al metro y una señorita se tropieza con mi bastón y se me queda viendo con cara de "viejo menso", no fue mi culpa. Me quedo cerca de la puerta, un muchacho se me queda viendo, le sonrío, él sonríe también. Miro mi reloj y noto que voy quince minutos temprano, el tiempo suficiente para irme por un cafecito a Coyoacán. Una señora se para a lado de mí en la puerta, parece de mi edad, y obviamente baja a la otra, es muy bonita. La miro y ella sonríe también, le extiendo el brazo para ayudarla a bajar, ella se agarra fuerte. Sonrisas y café; cosas que deberían ser de todos los días

COYOACÁN

En Coyoacán se sube mucha gente, ya decía yo que era muy raro que viniera tan vacío, si esto no es cosa de todos los días. Unos viejitos apenas alcanzan a bajar entre el mar de gente que sube. Tengo cuidado para que la gente no aplaste los mapas y planos que tengo en la mano, me pasé toda la noche terminándolos. Un tipo de traje acerca peligrosamente su café a mis planos, intento moverme entre la gente pero mi mochila está atorada, ¡Diablos! Ni hablar, el metro es lo más rápido para llegar a la escuela. Aguanto los apretujones, ya casi llegamos a la siguiente. Llegamos y ¡Oh sorpresa!, nadie baja, ni sube.

VIVEROS

¡Ay, no! Nadie más baja, se cierran las puertas y yo sigo arriba, si de por sí iba tarde, y ahora me tengo que bajar hasta Quevedo. ¡Santas azucenas! Mi libro se me resbala de los dedos y cae al piso, un joven se apresura a recogerlo y lo salva de ser pisoteado. Gracias, me lo acomodo en la mano, ¿Bajas a la que sigue?, sí, me contesta con una sonrisa, es guapo. Agarro mi bolsa, mi libro, y me dispongo a salir con mi nuevo acompañante; el día mejora. Masas de gente, cosa de todos los días; encuentros como estos, no.

M. ANGEL DE QUEVEDO

Bajan, suben, bla bla bla, ya quiero llegar a Copilco. Una chica con un libro de quien sabe quien, me pisa al bajar. Auch.  Que hueva ir aquí parado con este calor de... ya quiero llegar. Avanzamos y a medio túnel ¡Se para! ¡Me lleva!, y justo una antes. Siempre se para en Quevedo, y para acabarla se apagan las luces. El sonido del "Ash" general, llena el vagón.
Uno, dos, tres, cuatro, ya cinco minutos aquí parado con las luces pagadas. Se prenden las lucecitas de los celulares, algunos siguen leyendo, otros revisan sus mensajes. Ya quiero llegar. Suena mi teléfono, un mensaje, "Wey, ya estás cerca?" ¡Ah! ¿por qué hoy?
Cuando todo parece perdido las luces se prenden, el metro sigue su curso. Al parecer sólo se detuvo para hacerme llegar quince minutos tarde. Tarde como siempre, cosa de todos los días. Ash, pinche metro.

COPILCO

Se abren las puertas y un chico sale disparado. Muchas personas bajan, casi nadie sube. Después de un viaje en el metro ya estoy cansado y apenas comienza el día. Me preparo para bajar. El metro sale del túnel. El sol de la mañana brilla. Otro día en la facultad, qué bonito, cosa de todos los días. Por fin llego. Universidad.

 UNIVERSIDAD

Es temprano. Subo las escaleras mientras busco el boleto del metro en mi bolso; lo saco junto con mi espejo para revisar mi maquillaje y mi peinado, perfectos. Entro en el metro, estoy lista para comenzar la jornada. Todos me peguntan que por qué trabajo tan lejos; a mi ya no se me hace tan lejos, cosa de toso los días, creo. El metro va llegando y la puerta queda justo enfrente de mí. Si agarro uigar me puedo ir leyendo hasta Indios Verdes. Subo y paso enfrente  de un joven bien parecido que va bajando. Sonrío, buen inicio del día.

El metro, cosa de todos los días. (1)
El metro, cosa de todos los días. (2)

Juntos, esperan

Ocho figuras en la oscuridad, juntas, esperando, una junto a la otra, esperando, siempre esperando. Reunidas por un objetivo común, acompañándose, la mirada fija en el horizonte, hace frío, pero todos esperan, juntos, esperan. Es tarde, comienzan a preguntarse si llegará, tratan de ser pacientes, esperan, esperan el camión. Las luces de las lámparas nocturnas parpadean. Juntos, bajo el puente, en el frío, bajo las luces parpadeantes, esperan.
Se miran entre sí, impacientes, algunos sonríen, otros voltean la mirada. Un chico saca un cigarro y pregunta, ¿Alguien tiene fuego?, un señor de bigote saca un encendedor y extiende el brazo. ¿Para dónde van ustedes, y si pedimos un taxi?, dice una mujer bajita, pues esperemos un poco más y si no viene, pedimos uno, dice una chica, debería llamarle a mi papá para que venga por mi, piensa para sí. Una pareja se abraza, hace frío. Un señor baja la caja que venía cargando, el camión no llega. Disculpa, ¿Sabe si todavía pasa el camión?, pregunta un chico de lentes, pues yo espero que sí, le contesta el hombre del bigote.
Siguen mirando al horizonte, esperando, no hay señales de movimiento. La chica, la mujer bajita, el chico de lentes, el del cigarro, el hombre del bigote, el de la caja, la pareja. Todos esperan, esperan impacientes, juntos esperan, en la noche, esperan la llegada del camión.
La chica saca su teléfono y comienza a marcarle a su papá, es tarde.
El hombre de la caja resuelve por parar un taxi que va pasando, la mujer bajita y la pareja se van con él.
El chico de lentes le pregunta a la chica si se puede ir con ella cuando llegue su papá, ella accede.
El chico del cigarro antes de irse le ofrece uno al hombre del bigote, quien lo acepta. Se mete las manos en las bolsas y comienza a caminar calle abajo, el hombre del bigote lo acompaña.
El coche del papá de la chica llega y ella sube junto con el chico de lentes.
Ya no esperan, ahora juntos se alejan, ya no esperan el camión, se alejan, juntos, siempre juntos.

La parada ahora vacía, en la noche, duerme silente. Solo un ruido penetra en la noche, el camión, retrasado, da vuelta en la esquina, pero ya no hay nadie. El camión sigue su curso.

martes, 9 de noviembre de 2010

¡Guaf guaf!

Iba yo corriendo por la calle, era una mañana muy bonita. Corriendo por la acera. El dulce olor que salía de la panadería, los brillantes colores en la florería, los sonidos de la tienda de música, todo se veía estupendo. En mis manos llevaba un gran paquete, una bolsa gigantesca. Todos volteaban a verme, y es que iba corriendo muy rápido.
Seguí corriendo cuando de pronto, vi a una dulce abuelita cruzando la calle con su diminuto perro por delante. Me detuve a tiempo para no golpearla, pero trastabille y caí. Mi paquete salió volando, la bolsa se abrió y todo su contenido se vacío en la acera. Ideas; mi paquete estaba lleno de ideas. Un extraño cortejo salió de la bolsa y comenzó a desfilar por la calle: soldados, soldaditos de juguete, elefantes, bailarinas, gatos, pajarillos de muchos colores, violinistas, mimos, unicornios, changuitos con sombrero; mis sueños, comenzaron a inundar la calle. El perro de la abuelita comenzó a ladrar como loco, ¡guaf guaf!, y el cortejo continuaba: autos de carreras, astronautas, vaqueros, vacas, sombreros con patas, nubes de azúcar. Rapidamente me acerque a la bolsa y de ella saqué una gran jaula de oro, una jaula gigante, la abrí y comencé a meter ahí todas las ideas que se habían salido de la jaula.  De mi bolsillo saqué un cordel para amarrar la bolsa. Como mi bolsa aún seguía lo suficientemente llena, sin más, seguí corriendo. La gente se detenía, asombrada, a ver todo lo que se había quedado en la jaula.
Al llegar a la esquina me detuve y voltee para ver la cara de la gente frente a la jaula, una sonrisa se me dibujo en la cara, todos parecían divertirse mucho con el pequeño espectáculo. Di la vuelta  y seguí corriendo sin atreverme a decirles la verdad, sin atreverme a decirles que la jaula, estaba vacía.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Escuchar

Con el paso de los años me he dado cuenta que nadie me escucha. Veo pasar los autos por la calle, le gente me rodea en el transporte público y aún así me siento tan solo. Llego por fin a casa donde mi familia me espera, pero ni ellos me oyen, no se porque, pero no me yen.

Cuando cae la noche y te escucho a mi lado, me pregunto, ¿Por qué de entre tantas personas, tú te detuviste a escuchar?, y justo a tiempo; porque estaba a punto de tomar voto de silencio para siempre.
Así que no me queda más, que agradecerte por escucharme. Escuchar.

Lover's embrace (El abrazo de los amantes)
De Rick Herold

En el silencio de la noche, con el paso de los años, el mundo se deteriora. Parece que a nadie le importa; la gente camina y camina, pero no avanza, y no se detiene. Tienen miedo, porque algunos dicen que detenerse es dejar de vivir, pero no es cierto. A veces lo único que nos hace falta para "mejorar" nuestra vida, es detenernos a escuchar.
Detente, cierra los ojos, y escucha.

lunes, 1 de noviembre de 2010

A veces

A veces me gusta despertar por las noches y encontrarte en tu escritorio escribiendo. Me siento, y me recargo en la almohada y hago como que te escucho. Vuelvo a dormir arrullada por tu voz. Sueño contigo; cielo azul, campos de flores.
Despierto por la mañana con los primeros rayos del sol. Escucho el agua en la ducha. Te escucho cantando. Sonrío. Me levanto y me cubro con tu camisa. Sirvo el cereal. Tú sales del baño con tu bata, y tu cabello mojado, ya rasurado y listo para comenzar el día. Te vas a trabajar y te despido con un beso.
Cuando cae la noche, regresas. Yo estoy ya en la cama. Entras al cuarto y me besas en la mejilla. Te quitas la corbata y te acuestas a mi lado. Yo cierro los ojos, me preparo para volver a abrirlos en la madrugada y encontrarte en el escritorio, escribiendo.
A veces me gusta pensar que la rutina no es tan mala si estoy a tu lado. A veces sonrío porque mi vida no es perfecta. A veces creo que me amo por amarte y te amo por amarme. A veces. A veces me quedo callada, porque a veces, una sonrisa es más que suficiente.

Dar vuelta a la página

El ensueño - Manuel Álvarez Bravo
































Cansado de esperar, he decidido dar vuelta a la página; ocupar mi energía en algo más productivo. Olvidarte y seguir viviendo.
Cansado de soñarte y verte donde no estás, he decidido dar la vuelta y seguir caminando.
Si vuelves no traigas flores, que el agua que para ellas guardaba ya la he dejado correr.
Si vuelves, no te molestes; no sé si cambiaré de parecer.

Me recuesto en la hierba y miro el cielo. Busco algo; no encuentro nada.
Mis pies descalzos y mi espalda desnuda, disfrutan el contacto con la hierba húmeda. El cielo me sonríe. La vida no es sencilla, pero hoy, no me preocupa.

Si vuelves y me encuentras sobre la hierba mirando el cielo, no hagas ruido.

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