miércoles, 12 de enero de 2011

Casi como siempre

En la mañana la Sra. Adams sacó una hoja amarilla de la libretita que guardaba desde siempre en el cajón de la cocina, revisó la alacena y el refrigerador e hizo la lista del supermercado, cerciorándose de que no faltara nada. Guardó la lista en una bolsa  de su suéter, tomó su bolso, subió a su auto y se marchó rumbo al supermercado tomando la misma ruta de siempre.

En la entrada del supermercado tomó un carrito y comenzó a recorrer los pasillos, revisando cuidadosamente la lista para asegurarse de que no faltara nada. Cuando pasó cerca del pasillo de postres tomó una caja de galletas, no estaba en la lista, pero eran deliciosas y las Sra. Adams se permitió ponerlas en el carrito con una sonrisa de culpabilidad en el rostro. Una vez lista dirigió su carrito hacia la caja 8, como siempre, en la que atendía un joven de pecas muy amable; aunque hubiera fila y las otras cajas estuvieran libres, a la Sra. Adamas siempre le gustaba usar las caja 8. Hola Sra. Adams, saludó el joven con la misma sonrisa de siempre. Después de que el muchacho hubo empaquetado todo, la Sra. Adams enfiló el carrito hacia el estacionamiento para guardar todo en el auto y volver a casa.

Ya en casa, la Sra. Adams se tomó media hora para guardar las compras en la alacena y el refrigerador. Después, y como siempre, tomó el teléfono para avisarle a su hija que iría a visitarla; su hija, nada extrañada, accedió como siempre. La Sra. Adams preparó en una canasta un ramo de flores blancas, la caja de galletas y un paquete envuelto en papel café, subió al auto y se encaminó al nuevo departamento de su hija, a media hora de distancia del departamento anterior.

Estacionó su auto donde pudo; antes no tenía ese problema, el edificio anterior en el que vivía su hija tenía estacionamiento. Entró al edificio y subió al cuarto piso, antes su hija vivía en el segundo. Hola, dijo la chica al abrirle la puerta a su madre. ¿Quiéres té?, preguntó la joven, por supuesto, respondió como siempre la Sra. Adams mientras se sentaba en el sillón de la sala en el que se sentaba cada que iba a visitar a su hija. La chica preparó el ya acostumbrado té de manzanilla y lo sirvió en la tetera rosa de porcelana de siempre. Trajiste galletas, dijo alegremente mientras colocaba la charola en la mesita de la sala, tus favoritas, dijo la Sra. Adams mientras vaciaba las galletas en uno de los platos vacíos que había traído su hija. Voy por agua para las flores.

Mientras su hija buscaba un poco de agua se oyó la puerta. El hombre con el que había empezado a vivir su hija hace poco entró en la habitación.

Cuando la hija entró en la habitación con el florero lleno de hermosas flores blancas en las manos vió a su madre con un arma en las manos. El paquete envuelto en papel café había sido abierto, el arma apuntaba al hombre.

Desde que vivían juntos la Sra. Adams tardaba media hora más en trasladarse, entre otras cosas. A la Sra. Adams no le gustaban los cambios. Disparó.

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