sábado, 30 de octubre de 2010

No se si te ha pasado

No se si te ha pasado. Despertar en medio de la noche. Asustado. Comienzas a dar vueltas y vueltas en la cama sin poder reconciliar el sueño. Por fin lo logras, te vuelves a dormir; pero solo para volver a despertar más agitado aún.
No se si alguna vez te ha pasado. Abrir los ojos y encontrarte solo en medio de la noche. Alguna parte del cuerpo te duele sin razón alguna. Los ojos te arden. Sin saber que sucede te vuelves a quedar dormido.
Puede que alguna vez te haya pasado. Despertar en medio de la noche. Los ruidos se filtran por todos lados. Ladridos, sirenas, manecillas, agua que cae, música lejana, pasos, autos, grillos, la noche.
No se si en alguna ocasión te ha pasado. Soñar que no puedes hablar, que corres lento, que te caes, que te persiguen, que se te caen los dientes, que se te cierran los ojos, que se te tuercen los dedos, que las puertas se caen , que te disparan, que se te hace tarde, que te pierdes. Preocupaciones innecesarias. Extraño alivio al despertar.
Y es que la noche es mágica. 
A veces, si te esfuerzas, puedes oírlo a tu lado. Siempre está contigo. Cuando duermes él sigue despierto. Es tu  inconsciente subconsciente. Un dulce acompañante o el peor de los persecutores, según la ocasión lo amerite.

viernes, 29 de octubre de 2010

Butterfly

El viento chocaba violento contra su casco. Una oscura figura; chamarra y pantalones rojos de piel. Motociclista cruzando la carretera. Tarde soleada; un día perfecto.

La carretera estaba casi vacía, solo un hombre, alto y moreno, esperaba frente a una gasolinera abandonada. La motocicleta se detuvo frente a aquel hombre; antes de que el piloto pudiera bajar de ella, una explosión salida de la nada rompió el momentáneo silencio. En un suspiro aquel hombre moreno calló muerto frente a la motocicleta. Muerte, después, solo silencio y rayos de sol.

El piloto bajó por fin de la motocicleta y se quitó el casco. Su cabellera rizada, oscura y abundante, brillaba bajo el sol. Su ropa de piel enmarcaba su hermoso cuerpo femenino. Butterfly.
—Este debería haber sido un buen día. —Dijo ella.

Imagen de Lilleah Adora West 

jueves, 28 de octubre de 2010

Noche de verano

Era una noche lluviosa, vaya que lo era.

La tarde lluviosa era, era una tarde lluviosa.

Lluvioso ese día era, ese día llovía.

No quería salir de la casa así que me quedé.

Hacía frío, vaya que sí. Mis rodillas temblaban.

Era una noche fría de lluvia.

Una fría noche de verano lluvioso.

Una fresca y lluviosa noche, de un día frío en verano.

Me preparé chocolate, un sabroso chocolate. Vaya que lo era.

La taza de chocolate estaba entre mis manos. Yo, sentado en el sofá. Esa fría noche del lluvioso verano.

La lluvia era un poco ruidosa y húmeda. Mojada y fría. Fresca lluvia de verano. Pegaba contra las ventanas, contra el techo, pegaba contra las paredes.

La lluvia ruidosa de esa fresca noche de verano pegaba en todos lados.

No era molesta, disfrutaba el sonido. Vaya que lo hacía.

Disfrutaba oír la lluvia mientras bebía chocolate esa fría noche de verano.

Me quité los zapatos y me puse las pantuflas. Eran calientes, como el chocolate.

Mis rodillas dejaron de temblar; estaba reconfortado.

Era una bonita noche. Una noche de lluvia. Una noche fresca. Una noche de verano.

Fría, fresca, húmeda, bonita era la noche de verano.

Me acabé el chocolate. Me serví otra taza. Otra taza caliente de chocolate.

Me dio mucho sueño. Vaya que sí.

Mucho mucho sueño.

Una fría y somnolienta noche de verano.

Llovía y llovía. Apagué la luz y subí las escaleras.

Escaleras que rechinan. Madera rechinante. Los rechinantes escalones.

Subí y abría la puerta de mi alcoba. Una puerta de madera, como la escalera.

Rechinidos y lluvia. Sonidos de la noche. Una noche de verano.

Entré en la cama, una cama de madera, como la puerta y la escalera. Las cobijas eran calientitas, como el chocolate y las pantuflas.

Noche fría, cama caliente. Noche de verano, cama de madera.

Cama de madera, cobijas calientitas, colchón suavecito.

Noche fría, fresca, húmeda, bonita, ruidosa. Noche de verano.

Dulces sueños.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Ese domingo...

—Cuando yo era joven...
—Ay compadre, si todavía es joven. ¿Cuántos años tiene, treinta y cinco?
—Pues la última vez que me los conté así era. Bueno pues, cuando yo era chamaco, nos íbamos todos los hermanos a ver a los patos. Íbamos con mi apá y con mi mamasita que era a la que le gustaban esas cosas. Íbamos los domingos temprano, y de regreso pasábamos al mercado a desayunar en las tortas de Don Simón.
—Sí, me acuerdo de Simón. Muy bueno el viejo. Era el papá de Rosa, la de los ojos bonitos. Rosita iba a comprar los bolillos a la panadería que está enfrente de las canchas de fut. Cuando terminábamos el partido me iba a esperarla. Siempre me daba sus excusas: "Es que me está esperando mi papá", y se iba corriendo toda sonrojada con sus bolsotas de bolillos.
—¿Y de eso hace cuánto?
—¡A caray! No me digas que ya te está fallando la memoria. Hace... veinticinco años ya.
—Yo tenía diez.
—Y yo quince.
—Después de las tortas íbamos a la iglesia. Mi papá llegaba, se sentaba en las bancas de hasta atrás, y se quedaba dormidote. Mamá hacía como que no se daba cuenta. Nosotros, que éramos cinco hermanos, nos sentábamos con ella hasta adelante.
—Era la misma iglesia donde se casó Mickey, ¿No?
—Sí, ¿Te acuerdas?, ese día cerramos la calle y se armó el bailongo en casa de Mickey.
—Miguel Angel Santiago Estrada de la Cañada.
—Con su nombrecito todo rimbombante y fue el primero que se nos casó.
—Tenía dieciocho igual que tú, ¿No?
—Sí, acabábamos de salir de la prepa.
—Fue una buena fiesta (Sonríe).
—Pinche Mickey. Mi mamá lloró en la misa de la boda. El Mickcey todo güerito y delgado en su traje de Novio.
—El traje era alquilado. De la tienda de Ramón Serrano, ¿Te acuerdas?
—Sí, ¿Cómo no?, Fue mi primer trabajo; manejando la camioneta, entregando los paquetes. "Sí Sr. Ramón, no se preocupe". Buenos tiempos (Sonríe).
—¿Por qué nunca te casaste Alfredo?
—¡Oh!, ¿No eras tú el que decía que todavía estoy joven? Tú también estás soltero todavía.
—¿Y después de la iglesia?
—¿Qué?
—Los patos, las tortas, la iglesia, ¿Y luego?
—Luego nos íbamos a la casa a ver el fut. En la tele esa grandota que estaba en la sala.
—Me acuerdo cuando años después nos la llevamos a vender.
—Sí, en la camioneta del Sr. Ramón.
Y en la noche, nos íbamos a comer a las gorditas de la Sra. Juliana.
—El otro día la vi en...
—Pero, ¿Cómo que la viste, si doña Juliana ya está muerta?
—Sí. Me acuerdo del funeral. Tú mamá estaba llorando como en la boda de Mickey.
—No, en la boda era de alegría.
—Hubo rosarios toda la semana, y el domingo, una gran fiesta como a Doña Juliana le hubiera gustado.
—A cargo del puesto de las gorditas se quedó su hija, Sebastiana. Era muy guapa.
—¿Por qué nunca te casaste?
—Todos los martes, antes de irme al rancho de mi tío Juan en la troca, le decía: "Sebastiana, me guardas una gorditas", pero cuando regresaba, ella no tenía para mí más que una sonrisa y un "Ya se acabaron, ahí pa' la otra". Yo le decía: "Ay Sebastiana, te dije que me guardaras", pero estaba feliz porque le iba muy bien en el negocio. Y eso era todos los martes.
—A lado de la casa de Sebastiana vivía Doña Gerónima con sus gatos.
—¡Caray!, Qué nombres que tenían, ¿No?, Juliana, Sebastaian, Gerónima.
—Fue ella quien te encargó el paquete, ¿No?
—¡Ah sí! Ese martes Gerónima me pidió que fuera a recoger un paquete suyo en la troca. Le dije a Sebastiana: "Hoy sí llego temprano por mis gorditas".
—Para llegar temprano decidiste irte por el túnel del Puente Oscuro. No querías ir solo; me pediste que te acompañara.
—Sí, es que el túnel está re peligroso, pero es más rápido. Te pedí que fueras conmigo para que me echaras aguas, porque se le había roto un retrovisor a la troca.
—Y ahí nos encontramos con el tráiler.
—¡Sí, sustote que nos metió! Y luego... No me acuerdo que pasó.
—Y luego nos morimos, Alfredo.
—¿Qué?
—Sí, ¿Qué no hueles el copal?, ¿Qué día es hoy?
—Ya es tarde, son las 12 de la noche. Es... 1° de noviembre.
—Ese día ya no llegamos por las gorditas; pero mira, aquí en la ofrenda te dejaron unas.
—(Triste) Me acuerdo de muchas cosas; pero no me acordaba que estamos muertos, Daniel.
—Por eso tengo que recordártelo cada año. Pero no pongas esa cara, mira, hasta tequila nos dejaron.
—No me casé porque no quería dejar sola a mi mamasita.
—Pues, ¡Salud!

lunes, 25 de octubre de 2010

Un zumbido

Despierto como espantado. Miro el reloj y sí, otra vez tarde para la escuela. Me levanto y voy corriendo al baño, no hay tiempo. Como puedo me pongo una camisa y un pantalón. Busco la pasta de dientes entre las cosas de la repisa del baño, desayunaré en la escuela. Agarro mi cepillo de dientes y me llama la atención un pequeño frasco con pastillas. No tiene etiqueta. Lo abro y en su interior veo unas pastillitas azules con manchas amarillas (Un zumbido cruza el aire y me dan escalofríos).
Salgo del baño y no sé por qué, pero me echo las pastillas en el bolsillo.
Hay algo raro en la ventana. Me acerco para ver qué es y.................................................................
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No lo suficiente.

¿Habitación cerrada? 3 sillas en línea viendo hacia enfrente. Una luz en medio que cae desde arriba.
3 individuos en escena. De izquierda a derecha: Iván, José y Lucía.

Escena 1

Al público
Lucía.—Habitación cerrada.
Ivan.—Tres sillas.
José.—Una luz en medio que cae desde arriba (Mira hacia arriba)
Lucía.—Tres individuos en escena.

Pausa.

José.— (Al público) Cuando me trajeron aquí, yo no sabía nada. (En un susurro) Bueno, sí sabía, pero me hacía pendejo.
Lucía.—¡Uy, qué mal hablado me saliste!
José.—Ay sí, muy santa ¿no?, si todo el mundo dice groserías.
Iván.—¿Otra vez ustedes dos? (Se levanta)
José.—¿Qué no pones atención? "Tres individuos en escena". Tú, y pues sí, nosotros dos.
Lucía.— Ya cállense que nos están viendo.
Iván.—¿Qué no ésta era una habitación cerrada?
José.—Yo también me dí cuenta, si no crean que le estaba hablando al vacío.

Iván se sienta. Los tres miran al público perplejos.

Lucía.—Apaga la radio.
José.—No hay, es una habitación cerrada.
Lucía.—Yo escuché un ruido.
Iván.—Entonces préndela.
José.—¡Qué no hay!

Se levantan mirando al público. Luego vuelven a sentarse.

Iván.—A mi padre lo mataron los caciques.
Lucía.—A mi madre, el gobierno.
Iván.—A mi madre, la negligencia médica.
Lucía.—A mi padre, la soledad.
José.—A mi papá, lo mataron las vacas de don Chui. (Lucía e Ivan lo miran.) ¿Pues qué? Eran muy bravas.

Pausa.

Al público otra vez.
Iván.—En el metro hay mucha gente, y aún así me siento tan solo.
Cambian de sillas.
Lucía.—Si la elegancia no va conmigo, me busco otra compañera.
Cambian de silla.
José.—Se puede decir mucho con una mirada, no cierres los ojos.
Cambian de silla.
Iván.—La música en vivo no es una moda, es mi estilo de vida.
Cambian de silla.
Lucía.—No importa que las rosas sean de plástico mientras la intención sea auténtica.
Cambian de silla.
Pausa larga.
Iván.— (A José) ¿Por qué no dices nada?
José.—Porque me he dado cuenta que cada que hablamos nos tenemos que cambiar de silla, y a mí, ya me gustó ésta.
Iván.—No seas payaso.
José.—¡Claro!, yo antes estuve sentado en esa, por eso sé que no es igual.
Iván.—Ya cálmate, sólo es una silla.
José.—¡No! Es LA silla.
Lucía.—(Al público) El desempleo no me gusta, pero me resisto a trabajar.
Deben cambiar de silla, José se resiste.
José.—¡Qué no!, es mi silla.

Oscuro.

José.—Y dale con las luces que se prenden y se apagan.

Telón.

domingo, 24 de octubre de 2010

El metro, cosa de todos los días. (2)

JUÁREZ

Juárez. Nadie baja. Una señora se me queda mirando, ¿Qué pinche problema tiene conmigo? La miro y se voltea, pendeja. Me llevo el papel a la nariz, aspiro. Todos se me quedan viendo, ¿Qué pinche problema? Siempre juzgando, pendejos. Definitivo me bajo a la que sigue. Las miradas indiscretas de todos, pendejos. Cosa de todos los días.
  
BALDERAS
Por fin se baja el tipo drogadicto. Al menos en Balderas sube gente más decente. Entre ellos un chico de esos "modernos", maricón pues. Todo arregladito que viene. Bueno, al menos él sí se arregla. No como mi hija toda fachosa. Si ya le dije, "Si no te arreglas vas a ser una quedada", pero nada que me hace caso. Si ya le dije, "Cada día quedan menos hombres"; si todos salen así "raritos". Y ella nada que me hace caso. A parte se ve que este chico tiene dinero, todo arregladito que viene. Mi comadre dice que es muy nuevo eso de la "homosexualidad" y que es muy raro; pero no, yo ya me acostumbré a verlos en el metro, "Si es cosa de todos los días", le dije. Por ejemplo, un día....

NIÑOS HÉROES

Apenas me subí una señora se me quedó viendo. ¿Qué, uno no puede tener un día malo? Sí, hoy me peleé con mi papá; y sí, venía llorando en el camión. Pero ¿Qué me ve? Y no sólo la señora, otra chava se me queda viendo. Sí ¿Qué?, lloré hace rato. La intimidad no existe aquí. Gente chismosa. Cosa de todos los días. Como sea, bajo a la que sigue.

 HOSPITAL GENERAL

Creo que el chavo que se acaba de bajar lloró hace rato. Pero bueno, no importa. Me volteo disimuladamente y quedo enfrente del chavo más guapo que he visto. Lleva la camisa ajustada, y con este calorcito... ruego porque no baje a la que sigue. Llegamos a Centro Médico. Las puertas se abren.  El chavo se mueve para dejar bajar y quedamos pegaditos, yo me sonrío. ¡Que suerte, no se baja! Ojalá que se quede parado el metro para que quedemos pegaditos. Qué lástima; las puertas se cierran y seguimos avanzando. Ver chicos así de guapos no es cosa de todos los días.

CENTRO MÉDICO

En Centro Médico me hago a un lado para dejar pasar. El vagón queda bastante vacío, aún así la chica que viene enfrente de mí se me queda pegada y me ve raro. Disimulo y doy un paso hacia atrás. Una señora se sube como con mil bolsas y empieza a cantar. Las puertas se cierran. Nunca me había tocado alguien cantando tan temprano. Sólo un joven vestido de blanco le da unas monedas, parece doctor. La chica de enfrente se me sigue pegando; me incomoda. Del pantalón saco una moneda, cruzo el vagón y alcanzo a la señora. "Gracias joven", me dice. Cosas raras en el metro, cosa de todos los días.

ETIOPÍA

Un chavo pasa corriendo por el vagón y alcanza a al señora para darle una moneda. Que curioso. Tomo mi maletín y me pongo a pensar en las consultas del día de hoy. Un señor se viene durmiendo a mi lado y se me empieza a recargar en el hombro. Bajo a la que sigue, así que tal vez tenga que despertarlo sutilmente. Doy un fuerte tosido, todos se me quedan viendo raro, pero funciona, el señor se despierta. Me levanto y me dispongo a salir, falta poco para la siguiente estación. El señor que venía a mi lado ya está dormido otra vez, ahora se apoya contra la ventana. Gente dormida en el metro, cosa de todos los días. Llegamos, me bajo y paso enfrente de una chica de rastas que va subiendo.

EUGENIA

Me subo y paso enfrente de un doctor que se ve medio guapo. Qué bien, hay un lugar libre. El Sr. de a lado se viene durmiendo; bueno, casi todos los que vienen sentados se vienen durmiendo, hasta algunos de los que viene recargados en los tubos. Suena mi teléfono y contesto rápido, pero entramos en el túnel y se corta. Era mi mamá. Bueno, no importa, cuando llegue a la Fac le hablo. El metro se queda parado a medio túnel, y ahora que recuerdo, debería estar leyendo. Saco un libro de mi bolsa y me pongo a leer la Poética de Aristóteles. Un señor viene leyendo el periódico; en la portada hay una mujer casi desnuda y un descabezado. ¡Grotesco! Desgraciadamente es cosa de todos los días. Trato de concentrarme en mi lectura, pero todavía tengo un poco de sueño, y la llamada de mi mamá me preocupa. No me aguanto, me bajo en la que sigue para marcarle.

El metro, cosa de todos los días. (1)
El metro, cosa de todos los días. (3)

El rumor del incendio


Una obra estupendísima.

El proyecto se compone de tres espacios:

El rumor del oleaje, blog de publicación quincenal (elrumordeloleaje.wordpress.com), en el cual se da a conocer la aproximación a la historia e iconografía de las guerrillas en México. Ya en la red.

El rumor del incendio, es la necesidad de encontrar nuevas formas de transformación social. Es una puesta en escena en la que tres personas reconstruyen la vida de una mujer nacida en 1944 y la relacionan con sucesos de la guerrilla en México.

El rumor de este momento, un libro en el que se convoca a diversas personas para que reflexionen a partir de las preguntas ¿Qué cambiarias en el país? ¿Qué te indigna? ¿Qué mecanismos nos pueden conducir a crear un México mejor? ¿Cómo será la disidencia política en el futuro? Este libro pretende ser un mosaico, una posibilidad del porvenir.

sábado, 16 de octubre de 2010

Desfortunio

Época: La que gustéis.
Lugar: El más apropiado.

Acto I .
Escena I.

Habitación contigua a un amplio salón. En el salón hay un apuesto caballero que carga un muñeco de trapo.

Flora.—Es extraño.
Serena.—Es nuevo y diferente.
Ernestina.—No, sólo es un cretino.
Flora.—Hay tía, pero si es un galán.
Serena.—¡Refrescante!
Ernestina.—Un bufón.
Flora.—¡Y qué porte!
Serena.—¡Qué garbo!
Ernestina.—¡Qué facha!

Entra la tía Alfonsina.

Alfonsina.—¿Y qué hacen aquí, si puede saberse?
Serena.—Calamidad se nos casa.
Alfonsina.— (Sorprendida) ¿Con quién?
Flora.—Allí, mira. Esta en el salón.
Alfonsina.— (Acomodándose los lentes) ¡Ay, no! (Exagerando)¡El novio es un cretino!
Ernestina.—Lo ven.

Entrando en el salón.

Alfonsina.— Sabía que Calamidad era un poco ciega, pero mira que casarse con un muñeco de trapo. ¡¿Cuándo se ha visto?! (Toma el muñeco).
Flora.—¡Ay tía! No, no se casa con el muñeco.
Serena.—Se casa con este apuesto caballero.
Alfonsina.—¡Ah bueno! Así es diferente. (Acercándose al caballero y mirándolo coquetamente) Encantada, señor. Yo soy Alfonsina, la jovencísima tía de Calamidad.

El caballero sonríe. La tía Ernestina los mira con reproche. Oscuro.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Discos

"Querido Diario.
Hoy lo vi otra vez. Llegué temprano a la tienda donde trabaja. Él estaba ya cargando las cajas y acomodando los discos. La tienda es de su papá, pero él se ve tan bien detrás del mostrador ♥.
El viernes es la fiesta de Rosy, tal vez le diga que me acompañe, podría llevar mi vestido rosa. Lo he estado guardando para una ocasión especial.

En la escuela las clases se están poniendo pesadas. Decidí ponerme a estudiar después de clases con mis amigas. Hoy mientras las esperaba para irnos a la biblioteca, los vi. Se que me observan, son dos. Es la tercera ves este mes; primero me daban miedo, luego curiosidad, ahora creo que vuelvo a sentir un poco de miedo otra vez.

Mi mamá dice que mañana podemos ir de compras. Quiero unos zapatos nuevos y es necesario ir por ellos antes de que alguien más se los lleve.

No se si debería escribir esto pero, confío en ti, querido diario................................................."...............................................
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El metro, cosa de todos los días.

 
 INDIOS VERDES

La mañana es muy fría cuando bajo del camión. Me muevo entre la gente. "Hoy no me pasa, ayer le puse dinero a mi tarjeta", me digo a mi misma. Cuando paso el torniquete y me dispongo a ir a la sección de mujeres la veo. Allí está. La mujer más odiosa, y si me ve seguro que tendré que saludarla; después de todo, es mi jefa. ¡Con la pena! Me desvió y me voy del lado de los hombres.
Con trabajo entro a empujones. Es temprano y en el metro ya hace mucho calor. El metro avanza y yo voy medio pegada a la puerta. No me preocupa; cosa de todos los días. Agarro mi bolso verde con fuerza, ya vamos a llegar a la siguiente estación.
                  
DEPORTIVO 18 DE MARZO

Entre la multitud, espero. El metro se aproxima; tengo suerte y me toca la puerta enfrente. Cuando se abre, no entro, me meten. Choco con una señorita de bolso verde que iba cerca de la puerta, ¡Qué pena!. Milagrosamente cruzo y me estampo contra la otra puerta. No me explico cómo crucé toda la multitud. Ya que estamos todos adentro, las puertas se cierran. 
Antes de llegar a la siguiente estación, a una señora se le tambalea su jugo y salpica sin querer al muchacho que venía dormido enfrente de ella, ¡Ja!, cosa de todos los días.
                  
 POTRERO

Me despierto de repente. Una señora me salpicó un poco de jugo en la cabeza. No me preocupa; cosa de todos los días. Miro por la ventanilla y veo que apenas vamos en potrero. Mucha gente sube y casi nadie baja. La puerta se cierra y también mis ojos. El metro avanza. Poco a poco me vuelvo a quedar otra vez dormido, lo último que alcanzo a escuchar es el "Ricas paletitas de cajeta coronado, de novedad..."

LA RAZA 

Ya llegamos a La Raza y todavía no he vendido ni una paleta. Si ya me decía la Chole que en la mañana casi no se vende. Hay harta gente y no me puedo bajar, ni modo, a la que sigue; no hay bronca, cosa de todos los días. El metro avanza. Pus ni pex, a seguirle.
—¡Ricas paletitas de cajeta coronado, de novedad!. 

TLATELOLCO                          

Entro corriendo a la estación y bajo las escaleras. El metro ya llegó. Una vendedora de paletas detiene la puerta y alcanzo a entrar; ¡Mi día de suerte!. Tal vez hoy no llegue tarde. La vendedora se cambia de vagón y no le alcanzo a dar las gracias; no creo que se moleste, cosa de todos los días.
¡Ay no!, la que sigue es Guerrero y de seguro que me tocan empujones. Pido permiso y me quito de la puerta. Me pongo en el pasillo a lado de una enfermera gordita. Me agarro del tubo y espero; ya merito llegamos.

 GUERRERO 

Un tipo naco empuja y se pone a lado de mí antes de que lleguemos a Guerrero.
Es lo que me choca del metro, por eso siempre me paso al pasillo.
Las puertas se abren. Mucha gente sale, mucha gente entra; el calor aumenta.
No avanza. ¡Ash!, ya es cosa de todos los días. ¡Lo que una tiene que aguantar para llegar al trabajo!. Me echo aire con mi revista; inútil, el calor es agobiante.
Para acabarla, un gordito de lentes trae sus audífonos a todo lo que da.
Las puertas se cierran. Ruego por que no se siga parando.

 HIDALGO

Definitivamente esto de traerme los audífonos hace más corto el camino. Hace calor, pero no importa; vengo en mi mundo. Llegamos a Hidalgo y el metro se vuelve a quedar parado. Un motón de gente baja y otro sube. Se acaba la canción; un segundo de silencio. Me llega un olor; un tipo se viene drogando a lado y los audífonos no tapan el olor.
Empieza la siguiente canción, es prendida. Se cierran las puertas y avanzamos.
Me maravilla lo cerca que están Hidalgo y Juarez, un abrir y cerrar de ojos y ya llegamos. El olor perdura, ¡Que asco!, pero bueno, cosa de todos los días.

martes, 12 de octubre de 2010

La cuna, el reloj, tú y yo.

Y ahí estaba yo. Frente a ella. Con las manos en los bolsillos, sin poder creer lo que acababa de ocurrir.
Ahora la tarde está tranquila. Sin su gritos, la habitación ha quedado por completo en silencio.

Y allí me encontraba yo. A su lado. Ella tirada en el piso; yo, con las manos en las bolsas del pantalón. Aún no lo creo.
La tarde parece detenida. Su boca está callada y la habitación se ha quedado en silencio.

Sólo el reloj y la cuna me recuerdan que el tiempo no se detiene. Yo no quería hacerlo, pero sucedió.
Sus ojos me miraban; con desprecio, como siempre. No quiero admitirlo pero así es. Ella está muerta; yo la maté.

A mi favor puedo decir que ya tengo edad para independizarme. Cuarenta años recién cumplidos, ayer fue mi cumpleaños.

A ella no le importaba. Era una mujer muy bella, y no le importaba. Tal vez hasta le hice un favor.

Sí. Ella está muerta; yo la maté.

A lo lejos se oyen las sirenas. Los vecinos deben haber llamado a la policía después de escuchar el disparo; sí, de seguro. Son buenas personas. Aún así mis piernas se mantiene quietas, las manos en los bolsillos.

Yo la maté. Es como NO QUERER VER UNA MONTAÑA CUANDO ESTÁ FRENTE DE TI, FRENTE A TUS OJOS.

La policía está cerca; iré a prisión.

Su rostro no se mueve, parece que no le importa. Nunca le ha importado, incluso cuando... a no, lo olvidé, está muerta.

La patrulla se detiene frente a la casa.
—Mamá, me voy. Iré a prisión. —Por obvias razones ella no contesta.

Tocan la puerta. Mi piernas por fin se mueven, y me dispongo a bajar para abrir la puerta.
Cuando estoy a punto de salir del cuarto, no puedo evitar pensarlo: "¿Por qué, mamá? ¿Por qué?. Que las furias se apiaden de mí. Nunca te perdonaré."


The Remorse of Orestes (1862), de William-Adolphe Bouguereau.

domingo, 10 de octubre de 2010

Amordazado

Son las 8:15, es temprano.
¡Demasiado! ambos se miran, tienen cara de "No quiero estar aquí". La música suena; la fiesta continúa.

El espectáculo es grotesco; hombres y mujeres se retuercen en la pista de baile en medio de luces y un sonido sordo y estridente. Agitan su brazos y piernas; en sus rostros, las sonrisas más falsas del mundo.

¿Quieres bailar?
No gracias dice ella, con una sonrisita. Una nube de tabaco llega hasta la mesa en la que están sentados; se miran y sonrien mientras tosen. Ella usa un vestidito rosa; él, saco y corbata.
—Te ves muy linda.

El volumen de la música aumenta. La agitación en la pista, también.

—¿Te importa si tomo un trago?
—No, para nada.
—Bueno, sólo uno —se sirve, pero no toca el vaso—. A por cierto —saca de su bolsillo unas pastillas azules con manchitas amarillas—, ¿Quieres una?.
—¡Claro! —sin pensarlo su mano se extiende hacia las pastillas. Se lleva una a la boca y las luces de la habitación comienzan a dar vueltas.

Despierta adolorida. Está acostada en una cama, la habitación es oscura. A su lado está él, amordazado.
—No te preocupes —dice ella—. Ya sé quienes son. Saldremos de aquí.

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sábado, 9 de octubre de 2010

Gótico

"Yo no maté a mi esposa, lo juro. Solo soy un granjero." La vieja excusa. Depués de escucharla por cuarta vez, sigo caminando por los maizales. Ya van cuatro asesinatos a esposas de granjeros esta semana. Dicen que no hay sospechosos, pero todos aquí son culpables. El último hombre que visitamos tenía sangre en las manos, ¡De la vaca que acaba de parir!, se excusó. Hay que hacer algo, pero no soy quién para detenerlos.

Mujeres asesinadas por sus esposos granjeros, otro problema más de mi mundo triste y enfermo.

American Gothic, un cuadro de Grant Wood.


lunes, 4 de octubre de 2010

... por el camino ...

Yo solo digo que...
Mejor no digas nada que no te pago para eso.
El Sr. le pega con el periódico en la cabeza, el muchacho se recarga en el recibidor y mira por la ventana la hermosa tarde que se le escapa de las manos. El sol brilla, la tarde es muy cálida; el paisaje se ve de color rojo, el tabique y las tejas de las casas enmarcan el camino empolvado que cruza la calle, el tiempo se detiene, el día es perfecto.

En el camino empolvado sus pies se arrastraban con cansancio, el sol en lo alto llenaba su rostro de pequeñas perlas. Iban formados en una fila, con maderas en la espalda los hombres de bronce entran al pueblo por el camino.
Las mujeres se asoman por la ventana para recibir a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos, a los leñadores.


Hoy no pasa nada, mañana tampoco.


domingo, 3 de octubre de 2010

Dos hombres sentados en una caja.

Dos hombres sentados en una caja sobre el escenario.

—Yo no lo tengo, ya te dije, te lo dí hace rato.
—Y luego dices que el loco soy yo.

Una mujer entra vendiendo pan, ambos la miran.

—(Al la Sra.) Oiga Señora, ¿Ud. no lo ha visto?
—Lo siento muchachos, no.

Sale pregonando.

—Te dije, si tú lo tenías.
—¡Qué no!, que te lo dí hace rato.
—A lo mejor lo dejaste....
—Qué no, que yo no fuí.
—Bueno, no te enojes si yo nadamás decía. ¿Y entonces ahora qué hacemos?
—Pues podríamos pedirle uno a alguien. (Miran hacia el público)
—No creo que nadie tenga, y si tienen seguro que no querrán prestarlo.
—Bueno pues nada perdemos con intentar.
—No, seguro no querrán, mejor piensa en otra cosa.
—¡Podríamos robar uno!
—¡Qué no!
—Bueno, ¿Y qué tal si...? (Mira hacia la caja sobre la que están sentados)
—No, no creo, además yo no puedo.
—¿Por qué?
—Me duele la espalda.
—Ay, no seas payaso, hay que probar.
—Pues tú inténtalo. (Se levanta indignado)
—¡Necio de veras, eh! (lo sigue) Pues yo lo voy a intentar (se acerca a la caja)
—(Preocupado)¿Y si te pasa algo?
—Sólo es una caja. (Decidido) Lo voy a intentar. (Se inclina y toma la caja con las dos manos, la levanta) ¡Ja, lo sabía! (Se inclina y toma el pollo de tela que había debajo)

Oscuro.

¿Último aviso?

Me despierto sobresaltado. Por la ventana se cuela el sonido de la señora de los tamales pero no tengo dinero para bajar corriendo a alcanzarla. Me medio visto con lo primero que encuentro y salgo del departamento; bueno, yo lo llamo departamento, no crean que es por presumir ni nada, es nada más para no llamarlo "el cuartucho que está hasta arriba de la vecindad".

Salgo y me encuentro con la señora que vive justo abajo, Doña Estela, todavía es temprano pero ella ya salió a regar sus plantitas, ¡Buenas doña Estela!, ella solo sonríe; pobrecita, desde que le mataron a su hijo el año pasado ya no es la misma de antes. Cruzo el pasillo, paso por enfrente de los dos departamentos que siguen, enfrente de uno una botella con leche y un periódico enrollado, enfrente del otro un sobre con letras rojas grandotas, ÚLTIMO AVISO, que bonito contraste, ¡Buen día Pepe!, la segunda puerta se abre y yo paso haciendo como que no veo el sobre, ¡Buenas!. En el piso de abajo se oyen gritos, señal de que la vecindad ya va agarrando el ritmo; es la pareja que se avienta como cinco mentadas de madre antes de empezar el día, yo creo que con un simple -Hola- sería suficiente, él es obrero y ella, alcohólica. Paso discreto como todo buen vecino, haciéndome el de la vista gorda y llego el piso de abajo; es lo malo de vivir hasta arriba, siempre antes de salir uno se entera de la vida de todos los demás. En el piso de abajo suenan los huapangos que pone Don Beto, su vecina de a lado sale corriendo y se pone a gritarle a su puerta, ¡Apague la música viejo inconsciente, todavía es muy temprano!, trato de no reírme. Tomo las últimas escaleras antes de llegar al patio y empezar el día, Doña Sarita está sentada ya en su banquito, ¿Ya te vas Pepe?, ¡Sí Doña, a chambiarle!, la noto seria, como distante, sigo caminando, me dan escalofríos; abro la puerta y lo veo, enfrente de la vecindad esta el cuerpo del esposo de Doña Sarita, muerto ya, sin decir nada; en la esquina dos polis se comen un tamal, nadie hace nada, nadie ve nada.

Hoy cuando salí de la casa no sabía a dónde iba, pero salí muy decidido.



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