—Cuando yo era joven...
—Ay compadre, si todavía es joven. ¿Cuántos años tiene, treinta y cinco?
—Pues la última vez que me los conté así era. Bueno pues, cuando yo era chamaco, nos íbamos todos los hermanos a ver a los patos. Íbamos con mi apá y con mi mamasita que era a la que le gustaban esas cosas. Íbamos los domingos temprano, y de regreso pasábamos al mercado a desayunar en las tortas de Don Simón.
—Sí, me acuerdo de Simón. Muy bueno el viejo. Era el papá de Rosa, la de los ojos bonitos. Rosita iba a comprar los bolillos a la panadería que está enfrente de las canchas de fut. Cuando terminábamos el partido me iba a esperarla. Siempre me daba sus excusas: "Es que me está esperando mi papá", y se iba corriendo toda sonrojada con sus bolsotas de bolillos.
—¿Y de eso hace cuánto?
—¡A caray! No me digas que ya te está fallando la memoria. Hace... veinticinco años ya.
—Yo tenía diez.
—Y yo quince.
—Después de las tortas íbamos a la iglesia. Mi papá llegaba, se sentaba en las bancas de hasta atrás, y se quedaba dormidote. Mamá hacía como que no se daba cuenta. Nosotros, que éramos cinco hermanos, nos sentábamos con ella hasta adelante.
—Era la misma iglesia donde se casó Mickey, ¿No?
—Sí, ¿Te acuerdas?, ese día cerramos la calle y se armó el bailongo en casa de Mickey.
—Miguel Angel Santiago Estrada de la Cañada.
—Con su nombrecito todo rimbombante y fue el primero que se nos casó.
—Tenía dieciocho igual que tú, ¿No?
—Sí, acabábamos de salir de la prepa.
—Fue una buena fiesta (Sonríe).
—Pinche Mickey. Mi mamá lloró en la misa de la boda. El Mickcey todo güerito y delgado en su traje de Novio.
—El traje era alquilado. De la tienda de Ramón Serrano, ¿Te acuerdas?
—Sí, ¿Cómo no?, Fue mi primer trabajo; manejando la camioneta, entregando los paquetes. "Sí Sr. Ramón, no se preocupe". Buenos tiempos (Sonríe).
—¿Por qué nunca te casaste Alfredo?
—¡Oh!, ¿No eras tú el que decía que todavía estoy joven? Tú también estás soltero todavía.
—¿Y después de la iglesia?
—¿Qué?
—Los patos, las tortas, la iglesia, ¿Y luego?
—Luego nos íbamos a la casa a ver el fut. En la tele esa grandota que estaba en la sala.
—Me acuerdo cuando años después nos la llevamos a vender.
—Sí, en la camioneta del Sr. Ramón.
Y en la noche, nos íbamos a comer a las gorditas de la Sra. Juliana.
—El otro día la vi en...
—Pero, ¿Cómo que la viste, si doña Juliana ya está muerta?
—Sí. Me acuerdo del funeral. Tú mamá estaba llorando como en la boda de Mickey.
—No, en la boda era de alegría.
—Hubo rosarios toda la semana, y el domingo, una gran fiesta como a Doña Juliana le hubiera gustado.
—A cargo del puesto de las gorditas se quedó su hija, Sebastiana. Era muy guapa.
—¿Por qué nunca te casaste?
—Todos los martes, antes de irme al rancho de mi tío Juan en la troca, le decía: "Sebastiana, me guardas una gorditas", pero cuando regresaba, ella no tenía para mí más que una sonrisa y un "Ya se acabaron, ahí pa' la otra". Yo le decía: "Ay Sebastiana, te dije que me guardaras", pero estaba feliz porque le iba muy bien en el negocio. Y eso era todos los martes.
—A lado de la casa de Sebastiana vivía Doña Gerónima con sus gatos.
—¡Caray!, Qué nombres que tenían, ¿No?, Juliana, Sebastaian, Gerónima.
—Fue ella quien te encargó el paquete, ¿No?
—¡Ah sí! Ese martes Gerónima me pidió que fuera a recoger un paquete suyo en la troca. Le dije a Sebastiana: "Hoy sí llego temprano por mis gorditas".
—Para llegar temprano decidiste irte por el túnel del Puente Oscuro. No querías ir solo; me pediste que te acompañara.
—Sí, es que el túnel está re peligroso, pero es más rápido. Te pedí que fueras conmigo para que me echaras aguas, porque se le había roto un retrovisor a la troca.
—Y ahí nos encontramos con el tráiler.
—¡Sí, sustote que nos metió! Y luego... No me acuerdo que pasó.
—Y luego nos morimos, Alfredo.
—¿Qué?
—Sí, ¿Qué no hueles el copal?, ¿Qué día es hoy?
—Ya es tarde, son las 12 de la noche. Es... 1° de noviembre.
—Ese día ya no llegamos por las gorditas; pero mira, aquí en la ofrenda te dejaron unas.
—(Triste) Me acuerdo de muchas cosas; pero no me acordaba que estamos muertos, Daniel.
—Por eso tengo que recordártelo cada año. Pero no pongas esa cara, mira, hasta tequila nos dejaron.
—No me casé porque no quería dejar sola a mi mamasita.
—Pues, ¡Salud!