Y con esto no quiero decir que no puedas tener secretos, o que tengas que ser siempre transparente para mí. Pero es cansado. Es que no me dices las cosas y luego te enojas. Te enojas porque dices que no sé qué te pasa. Sabes que no soy muy listo. Nunca se me ha dado eso de... intuir, de... saber con el corazón. Sí, estoy leyendo el libro que me regalaste. Te dije que uno de mis propósitos del año es leer más. Para entender un poco mejor el mundo, o al menos para no quedarme callado cuando salimos con tus amigas. No me estoy quejando. Otro de mis propósitos es el de ser más claro con las cosas que digo y hago. Poner en práctica eso de que ideas positivas atraen acontecimientos positivos. Ya te enojaste, ¿verdad? ¿Ves lo que digo? Cuando era chico desarrollé una personalidad de chicle. Me alegraba por las cosas que le pasaban a los demás y me ponía triste por desgracias ajenas. Cambiaba de humor dependiendo de mi entorno, era como un chicle que se amolda al cuerpo de aquel desafortunado que se lo cruza por el camino. Me pegaba en todos lados, con todo el mundo. Hasta que se me acabó el sabor. Y luego me sequé y ya no me pude pegar con nadie. Sí, ya sé que no es una analogía buena ni bonita, el que lea más no quiere decir que de repente sea una persona elegante o elocuente, sólo quiere decir que ya no me aburro tanto como antes, y que puedo decir: Sí, sí lo leí, sí lo conozco. Aunque no me acuerde muy bien lo que decía o cómo era. Lo que intentaba decir con lo del chicle es que a veces me inunda una felicidad, pero una felicidad amorfa, que no me pertenece. Y otras veces me quedo como pensativo y triste y no sé por qué. Me gustaría saber si esas cosas que siento vienen de ti. Si mi chiclosidad ha regresado y estoy pegado a ti. No, de verdad no es una queja, es sólo curiosidad. Si no quieres contestar está bien. Pero luego no digas que no te pregunté.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Y/O deja un comentario:
¿Tú qué opinas?